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Las mujeres jamás volvemos a un mal peluquero ¿porqué volvemos con un hombre que nos ignora?

  • Foto del escritor: Yhara Cuitiño
    Yhara Cuitiño
  • 26 may 2019
  • 5 Min. de lectura

Resumen (para esprítitus inquietos)


Así como en el síndrome de Estocolmo las víctimas se identifican con sus agresores, las mujeres hemos interiorizado el sufrimiento como parte sustancial de las relaciones, llegando a denominar a otras mujeres “zorras”, “trolas”, “arpías”, etc. y haciendo del  juego de la seducción parte medular de nuestras vidas. Nos hemos reducido a objetos lindos capaces de provocar fascinación y convivimos con una nueva paradoja, ser autónomas, profesionales y seguir esperando ser recatadas para sentirnos completas. Evolucionar hacia otro estado de conciencia implica trascender la seducción y hacer crecer  a esa pequeña Cenicienta que viven en lo más profundo de nuestro corazón para así actuar desde un sentido de profunda valía poniendo el propio bienestar como eje de nuestras vidas.


“Las mujeres volvemos cien veces con un hombre que nos ignora, pero jamás a un lugar donde nos cortan mal el pelo o nos hacen mal las uñas”


Me reí mucho al leer esta cita, una de las verdades más absurdas y deliciosas de ser mujer. ¿Desde cuándo y cómo interiorizamos el sufrimiento como parte sustancial de nuestras relaciones? Vivimos reproduciendo el síndrome de Estocolmo, nos identificamos con nuestros verdugos hombres y actuamos durante siglos en función de los intereses masculinos.


En este síndrome se entiende que existe un agresor (captor, terrorista, etc.) que controla la mente de sus cautivos a través de una inducción al terror extremo, volviendo a las víctimas indefensas, impotentes y totalmente sumisas, de forma que se activan mecanismo de supervivencia más fuertes que el impulso a odiar al agresor (Stentz, 1980). Por lo tanto se describe el vínculo paradójicamente positivo que  una víctima desarrolla hacia quien la agrede (Namnyak et al, 2007) en un proceso de identificación con el agresor. Se trataría de una respuesta emocional inconciente y automática al trauma de la victimización (De Fabrique, Van Hasselt, Vecchi y Romano, 2005).


Estas relaciones, paradójicamente, han sido observadas en varios mamíferos, sobre todo en primates en quienes se dan mecanismo de apaciguamiento como  defensa y esto es muy relevante a nivel evolutivo porque puede promover la supervivencia genética.

Cualquier símil con la realidad de la evolución de la psique femenina no es mera coincidencia.


Así es que de acuerdo a esta lógica, si las mujeres como grupo, nos identificamos con nuestros verdugos hombres, llegamos a llamar a otras mujeres “zorras”, “trolas”, “arpías”, etc. y el juego de la seducción pasa a ser parte sustancial de nuestras vidas, reduciéndonos a objetos lindos capaces de provocar fascinación.


No se trata aquí de decodificar la construcción de la identidad femenina, ya que este sería un objetivo muy complejo, sino empezar a preguntarnos desde dónde, y cómo hemos creído que son válidas estas premisas:  “yo puedo hacerlo cambiar”, “no sabe lo que quiere”, “no puedo vivir sin él”, “me siento incompleta sin pareja”, “hay que tenerles paciencia”, en fin… tratarnos a nosotras mismas como seres indignos, incapaces de sostenernos sin ese correlato masculino.  


Se me ocurre plantearnos el “reforzamiento” y la “exposición” como principios básicos del aprendizaje. Los hombres aprenden desde adolescentes que ser rechazados, es parte del juego de la vida. Entre sus valija de recursos están las estrategias que usan los equipos de venta. El “NO” es aquello que se ignora y sólo hay que seguir buscando hasta encontrar el “SI”. Por eso es muy común que un hombre soltero haga zapping con las mujeres, cuando una dice “Sí” experimentan, mientras tanto van jugando a la conquista. Le pido perdón a esos amigos varones más sensibles, que se pueden sentir ofendidos por esta burda generalización, es solo eso, una generalidad.


La mayoría de los hombres que conozco no van por la vida buscando enamorarse, es una experiencia que ocurre por pura espontaneidad. Esto, así mismo va variando con las edades, y con nuestros ciclos hormonales, así que es  impreciso generalizar, pero aún así,

las mujeres no recibimos el mismo trato cultural y por tanto, inclusive con todos los cambios  que hemos atravesado últimamente aún no hemos aprendido a ser rechazadas. Nos parece una experiencia horripilante e indigna que se traduce en el cuestionamiento de nuestra valía.


Seguimos acercándonos hacia lo masculino desde la espera y la ternura,  porque es lo que hasta recientemente hemos tenido habilitado. Conozco muy pocas mujeres que aprecian un encuentro sexual puntual y pueden liberarse del estigma de continuar alguna clase de vínculo.


Nuestra estrategia por excelencia es la idealización!!!!, vamos buscando encontrar al “hombre que nos salve”, “el hombre que nos complete”,  “el príncipe”. Me animo a afirmar que todas llevamos a Cenicienta en nuestro corazón!!! muy a pesar de ser autónomas, manejar nuestras finanzas, decidir acerca de qué, cómo y cuándo sobre la maternidad, aún la dulce melodía de “ser salvadas”  nos ubica ahí justo en el punto ciego en el que podríamos reconocer nuestra valía.


Yo diría que éste es uno de los temas medulares, cuando se nos activa el complejo de Cenicienta, elegimos con los ojos de la idealización y por tanto  tardamos años en mirar al hombre que elegimos tal cual es, y cuando lo hacemos finalmente, nos damos cuenta que no nos gusta!!!


Entonces, siendo mujer sé, que no volveremos jamás a un peluquero que nos hace un mal corte, porque nos daña el núcleo de nuestras prioridades, la imagen con la que conquistamos al mundo. Este peluquero es amo y señor de nuestra internalización más pérfida, “la seducción”. Cuando aprendamos a girar sobre nuestra propia órbita, el valor más preciado va a ser nuestro bienestar, NO ya nuestra capacidad de seducción, y creo que cuando lleguemos a ese estado de conciencia como género, vamos a poder no volver jamás a aquellos brazos que en vez de nutrirnos nos postergan.


Se me ocurre decirles, queridas mías, que tenemos que entrenarnos en el arte entender que los “No”, no tienen relación alguna con nuestro valor, en ser fieles a nuestros deseos, y en mirar la realidad sin importar lo cruel y triste que nos resulte. Que el ejercicio sea salvarnos  a nosotras mismas de la ceguera cultural patriarcal sobre la que hemos vivido hasta ahora y aprendamos que muy a pesar de estos actos de conciencia, todavía y por muchas generaciones vamos a tener una pequeña cenicienta viviendo en nuestro interior deseando ser recatada por el príncipe.


Lic. Yhara Cuitiño



Bibliografía

De Fabrique, N., Van Hasselt, V. B., Vecchi, G. M., Romano, S. J. (2007). Common variables associated with the development of Stockholm syndrome: Some case examples. Victims and Offenders, 2, 91-98. https://doi.org/10.1080/15564880601087266


Namnyak, M., Tufton, N., Szekely, R., Toal, M., Worboys, S., Sampson, E. L. (2008). ‘Stockholm syndrome’: Psychiatric diagnosis or urban myth? Acta Psychiatrica Scandinavica, 117, 4-11. https://doi.org/10.1111/j.1600-0447.2007.01112.x


Strentz, T. (1980). The Stockholm syndrome: Law enforcement policy and ego defenses of the hostage. Annals of the New York Academy of Sciences, 347(1), 137-150. https://doi.org/10.1111/j.1749-6632.1980.tb21263.x


 
 
 

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